Quien no oye sonidos, puede sentir latidos Quien no ve la luz, puede imaginar colores Si no caminas la tierra, camina el viento Si no pronuncias las palabras, escríbelas Mueve tus alas según tu tiempo: en ti, siempre, tu destino espera...
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domingo, 28 de noviembre de 2010
! 2 EL MUSEO DE LA LUNA 2: libertad!
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jueves, 25 de noviembre de 2010
VIOLENCIA
LA VIOLENCIA,
EN CUALQUIERA DE SUS FORMAS ES UNA ACTO DE COBARDÍA!!!
DESTERRARLA,
UN ACTO DE VALOR!!!
EN CUALQUIERA DE SUS FORMAS ES UNA ACTO DE COBARDÍA!!!
DESTERRARLA,
UN ACTO DE VALOR!!!
martes, 23 de noviembre de 2010
viernes, 19 de noviembre de 2010
Me duele una mujer en todo el cuerpo (*Sergio Zabalza)
“Me duele una mujer en todo el cuerpo”, escribió Borges: es el verso de un hombre. A menos que la frase connotara otro campo de significaciones, sería difícil imaginar una formulación similar para el caso de una dama. El clima de encierro y temor que Borges plasmó en su poema “El amenazado” delata la especial vulnerabilidad del macho en las vicisitudes del amor. Pareciera que nuestros cuerpos no terminan en la piel. Una parte de nuestra humanidad reposa en esa amada presencia que alberga nuestros más preciados objetos. “Mi mujer dice que...” o “Mi señora no está de acuerdo porque...” son frases paradigmáticas a partir de las cuales muchos varones confían sus más íntimas tribulaciones.
Así, la mujer es la referencia a partir de la cual el hombre piensa y se piensa, compone la realidad, escribe, trabaja o se pavonea sin anoticiarse del punto de apoyo que sostiene toda su impostura. “¿No viste dónde dejé...?”, suelen preguntar cuando buscan el portafolios, los zapatos o los documentos. Para el hombre, el cuerpo de su compañera es un lugar, una patria. Bien, pero ¿dónde termina el cuerpo de ella? Una respuesta tradicional diría: en los hijos. Pero la evidencia clínica y el devenir de la cultura indican que no bastan los hijos para dar cuenta del enigma que encierra la singularidad del cuerpo femenino. El cuerpo de una mujer no termina, no acepta medidas: te duele en todo el cuerpo. Quizá por eso los hombres se afanan por dominarlo, domesticarlo o, mejor, retratarlo infinitamente.
Por parte de ellas, la condición dislocada e imprevisible del cuerpo puede expresarse por una insatisfacción permanente o, por el contrario, en ese saber hacer con el enigma que las vuelve –dolorosamente– irresistibles.
* Psicoanalista. Fragmento del seminario virtual “El porvenir de la diferencia”
El amenazado ( Jorge L. Borges)
El amenazado ( Jorge L. Borges)
Del libro "El oro de los tigres" 1972
Es el amor. Tendré que ocultarme o que huir.
Crecen los muros de su cárcel, como en un sueño atroz. La hermosa
máscara ha cambiado, pero como siempre es la única. De que me servirán
mis talismanes: el ejercicio de las letras, la vaga erudición, el
aprendizaje de las palabras que uso, el áspero Norte para cantar sus
mares y sus espadas, la serena amistad, las galerías de la Biblioteca,
las cosas comunes, los hábitos, el joven amor de mi madre, la sombra
militar de mis muertos, la noche intemporal, el sabor del sueño?
Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo.
Ya el cántaro se quiebra sobre la fuente, ya el hombre se levanta
a la voz del ave, ya se han oscurecido los que miran por las ventanas,
pero la sombra no ha traído la paz.
Es, ya lo se, el amor: la ansiedad y el alivio de oír tu voz, la
espera y la memoria, el horror de vivir en lo sucesivo.
Es el amor con sus mitologías, con sus pequeñas magias inútiles.
Hay una esquina por la que no me atrevo a pasar.
Ya los ejércitos me cercan, las hordas.
(Esta habitación es irreal; ella no la ha visto.)
El nombre de una mujer me delata.
Me duele una mujer en todo el cuerpo.
Crecen los muros de su cárcel, como en un sueño atroz. La hermosa
máscara ha cambiado, pero como siempre es la única. De que me servirán
mis talismanes: el ejercicio de las letras, la vaga erudición, el
aprendizaje de las palabras que uso, el áspero Norte para cantar sus
mares y sus espadas, la serena amistad, las galerías de la Biblioteca,
las cosas comunes, los hábitos, el joven amor de mi madre, la sombra
militar de mis muertos, la noche intemporal, el sabor del sueño?
Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo.
Ya el cántaro se quiebra sobre la fuente, ya el hombre se levanta
a la voz del ave, ya se han oscurecido los que miran por las ventanas,
pero la sombra no ha traído la paz.
Es, ya lo se, el amor: la ansiedad y el alivio de oír tu voz, la
espera y la memoria, el horror de vivir en lo sucesivo.
Es el amor con sus mitologías, con sus pequeñas magias inútiles.
Hay una esquina por la que no me atrevo a pasar.
Ya los ejércitos me cercan, las hordas.
(Esta habitación es irreal; ella no la ha visto.)
El nombre de una mujer me delata.
Me duele una mujer en todo el cuerpo.
lunes, 15 de noviembre de 2010
Señales
Bella sobervia
Juego de placer
y daño
El Laberinto
nubla la conciencia
Hueca fantasía
no toca mis talones
derrotados
Y pensar que una vez
esa mentira
besó mis manos...
miércoles, 10 de noviembre de 2010
SONATINA
|
lunes, 8 de noviembre de 2010
En esta noche en este mundo (de Alejandra Pizarnik)
Sobre un poema de Rubén Darío
In memoriam L.C.
A Marguerite Duras y a
Francesco Tentori Montalto
Sentada en el fondo de un lago
Ha perdido la sombra,
no los deseos de ser, de perder.
Está sola con sus imágenes.
Vestida de rojo, no mira
¿Quién ha llegado a este lugar
al que siempre nadie llega?
El señor de las muertes de rojo.
El enmascarado por su cara sin rostro.
El que llegó en su busca la lleva sin él.
Vestida de negro ella mira
La que no supo morirse de amor y por eso nada aprendió
Ella está triste porque no está.
Encuentro
sábado, 6 de noviembre de 2010
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