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jueves, 25 de noviembre de 2010

VIOLENCIA

LA VIOLENCIA, 
EN CUALQUIERA DE SUS FORMAS ES UNA ACTO DE COBARDÍA!!!
DESTERRARLA, 
                   UN ACTO DE VALOR!!! 

viernes, 19 de noviembre de 2010

Me duele una mujer en todo el cuerpo (*Sergio Zabalza)



“Me duele una mujer en todo el cuerpo”, escribió Borges: es el verso de un hombre. A menos que la frase connotara otro campo de significaciones, sería difícil imaginar una formulación similar para el caso de una dama. El clima de encierro y temor que Borges plasmó en su poema “El amenazado” delata la especial vulnerabilidad del macho en las vicisitudes del amor. Pareciera que nuestros cuerpos no terminan en la piel. Una parte de nuestra humanidad reposa en esa amada presencia que alberga nuestros más preciados objetos. “Mi mujer dice que...” o “Mi señora no está de acuerdo porque...” son frases paradigmáticas a partir de las cuales muchos varones confían sus más íntimas tribulaciones.

Así, la mujer es la referencia a partir de la cual el hombre piensa y se piensa, compone la realidad, escribe, trabaja o se pavonea sin anoticiarse del punto de apoyo que sostiene toda su impostura. “¿No viste dónde dejé...?”, suelen preguntar cuando buscan el portafolios, los zapatos o los documentos. Para el hombre, el cuerpo de su compañera es un lugar, una patria. Bien, pero ¿dónde termina el cuerpo de ella? Una respuesta tradicional diría: en los hijos. Pero la evidencia clínica y el devenir de la cultura indican que no bastan los hijos para dar cuenta del enigma que encierra la singularidad del cuerpo femenino. El cuerpo de una mujer no termina, no acepta medidas: te duele en todo el cuerpo. Quizá por eso los hombres se afanan por dominarlo, domesticarlo o, mejor, retratarlo infinitamente.
Por parte de ellas, la condición dislocada e imprevisible del cuerpo puede expresarse por una insatisfacción permanente o, por el contrario, en ese saber hacer con el enigma que las vuelve –dolorosamente– irresistibles.
* Psicoanalista. Fragmento del seminario virtual “El porvenir de la diferencia”


El amenazado ( Jorge L. Borges)



Del libro "El oro de los tigres" 1972
Es el amor. Tendré que ocultarme o que huir.

Crecen los muros de su cárcel, como en un sueño atroz. La hermosa
máscara ha cambiado, pero como siempre es la única. De que me servirán
mis talismanes: el ejercicio de las letras, la vaga erudición, el
aprendizaje de las palabras que uso, el áspero Norte para cantar sus
mares y sus espadas, la serena amistad, las galerías de la Biblioteca,
las cosas comunes, los hábitos, el joven amor de mi madre, la sombra
militar de mis muertos, la noche intemporal, el sabor del sueño?

Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo.

Ya el cántaro se quiebra sobre la fuente, ya el hombre se levanta
a la voz del ave, ya se han oscurecido los que miran por las ventanas,
pero la sombra no ha traído la paz.

Es, ya lo se, el amor: la ansiedad y el alivio de oír tu voz, la
espera y la memoria, el horror de vivir en lo sucesivo.

Es el amor con sus mitologías, con sus pequeñas magias inútiles.

Hay una esquina por la que no me atrevo a pasar.

Ya los ejércitos me cercan, las hordas.
(Esta habitación es irreal; ella no la ha visto.)

El nombre de una mujer me delata.

Me duele una mujer en todo el cuerpo.

lunes, 15 de noviembre de 2010

Señales


Bella sobervia
            Juego de placer
                             y  daño


El Laberinto
         nubla la conciencia


 Hueca fantasía
           no toca mis talones
                           derrotados


 Y pensar que una vez
                esa  mentira
                      besó mis manos...

miércoles, 10 de noviembre de 2010

SONATINA


    
La princesa está triste... ¿Qué tendrá la princesa? 

Los suspiros se escapan de su boca de fresa, 
que ha perdido la risa, que ha perdido el color. 
La princesa está pálida en su silla de oro, 
está mudo el teclado de su clave sonoro, 
y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor.


El jardín puebla el triunfo de los pavos reales. 

Parlanchina, la dueña dice cosas banales, 
y vestido de rojo piruetea el bufón. 
La princesa no ríe, la princesa no siente; 
la princesa persigue por el cielo de Oriente 
la libélula vaga de una vaga ilusión.


¿Piensa, acaso, en el príncipe de Golconda o de China, 

o en el que ha detenido su carroza argentina 
para ver de sus ojos la dulzura de luz? 
¿O en el rey de las islas de las rosas fragantes, 
o en el que es soberano de los claros diamantes, 
o en el dueño orgulloso de las perlas de Ormuz?


¡Ay!, la pobre princesa de la boca de rosa 

quiere ser golondrina, quiere ser mariposa, 
tener alas ligeras, bajo el cielo volar; 
ir al sol por la escala luminosa de un rayo, 
saludar a los lirios con los versos de mayo 
o perderse en el viento sobre el trueno del mar.


Ya no quiere el palacio, ni la rueca de plata, 

ni el halcón encantado, ni el bufón escarlata, 
ni los cisnes unánimes en el lago de azur. 
Y están tristes las flores por la flor de la corte, 
los jazmines de Oriente, los nelumbos del Norte, 
de Occidente las dalias y las rosas del Sur.


¡Pobrecita princesa  de los ojos azules! 

Está presa en sus oros, está presa en sus tules, 
en la jaula de mármol del palacio real; 
el palacio soberbio que vigilan los guardas, 
que custodian cien negros con sus cien alabardas, 
un lebrel que no duerme y un dragón colosal.


¡Oh, quién fuera hipsipila que dejó la crisálida! 

(La princesa está triste, la princesa está pálida) 
¡Oh visión adorada de oro, rosa y marfil! 
¡Quién volara a la tierra donde un príncipe existe, 
—la princesa está pálida, la princesa está triste—, 
más brillante que el alba, más hermoso que abril!


—«Calla, calla, princesa —dice el hada madrina—; 

en caballo, con alas, hacia acá se encamina, 
en el cinto la espada y en la mano el azor, 
el feliz caballero que te adora sin verte, 
y que llega de lejos, vencedor de la Muerte, 
a encenderte los labios con un beso de amor».


lunes, 8 de noviembre de 2010

En esta noche en este mundo (de Alejandra Pizarnik)

Sobre un poema de Rubén Darío
                             

In memoriam L.C.
A Marguerite Duras y a
Francesco Tentori Montalto

Sentada en el fondo de un lago
Ha perdido la sombra,
no los deseos de ser, de perder.
Está sola con sus imágenes.
Vestida de rojo, no mira

¿Quién ha llegado a este lugar
al que siempre nadie llega?
El señor de las muertes de rojo.
El enmascarado por su cara sin rostro.
El que llegó en su busca la lleva sin él.

Vestida de negro ella mira
La que no supo morirse de amor y por eso nada aprendió
Ella está triste porque no está.

Encuentro





Arrancarme 
esta ropa muda
teñida de espanto
de gritos sordos



Mis ojos
lloran el hambre
mientras el cielo
se nubla de ecos



mañanita triste de brisa...


El olvido me llama
Susurra
La piel deshidrata el camino


Para que estés conmigo
basta el encuentro

Me gustaría también compartir con vos...